lunes, 4 de agosto de 2014


Enseñar teatro tiene un solo fin.  Crear consciencia del material humano que somos y como coexistimos con  el todo natural y entre nosotros mismos. Indagar sobre las leyes que hemos creado para nuestro beneficio o como ellas se desdoblan y actúan para nuestro deterioro. El teatro  cuestiona sobre la naturaleza humana y como los acontecimientos memorables o  fatídicos  (sin tener los mismos protagonistas o antagonistas), se repiten con gran similitud de acción. El teatro es un repaso de memoria a la reiteración del actor que somete y el actor sometido.  El teatro entró y no ha salido, en un proceso de resistencia bajo una maquinaria que no da tregua y es allí donde dinamiza su naturaleza. Su naturaleza está compuesta por hombres y mujeres. Aquí nació el teatro. Y si nos vamos a los orígenes, basta decir que nació a la intemperie y con luz de antorcha. Enseñar teatro tiene necesidad de prehistoria humana. Ser vulnerable a lo que le es adverso, lo  construye fuerte. Todos somos del teatro, porque el teatro no es un artificio, está engranado con un material que respira. El artificio sucede cuando olvidamos quien lo compone y cuando olvidamos su origen, su historia y su presente. Una verdad puesta en el hecho representado es un acto alterador en la comodidad  de un espectador complacido con lo establecido y es una posibilidad transformadora del mismo. Enseñar teatro es mostrar lo que no vemos o no queremos ver.
apuntes/ Carola Villegas

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